Un libro no solo es el producto final que ves en la mesa de novedades

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Un libro no solo es lo que ves en un librería. Así, con esta frase tan poco resultona, quería empezar este artículo de opinión. Y también con la figura de Antoñito, como llamaré cariñosamente a ese aguerrido escritor que lucha por vivir en este sector de silencio e ingratitud editorial cuando estás empezando.  

El problema es que el lector puede pensar que un libro es solo eso, un libro. Pero hay tanto trabajo detrás que, al final, el libro final casi es lo de menos. Y, si no, que se lo digan a ese "amable" caballero que vi en una feria del libro. Se paró a mi lado en una de las casetas, cogió con los dedos índice y corazón un ejemplar como si fuera la pista esencial que Poirot estaba buscando, y exclamó con acritud: "¿Y esto vale quince pavos?".

"Esto" no es solo el producto final que vemos en las mesas de novedades. Ese objeto rectangular con una portada que alberga hojas (con un poco de suerte recicladas, y con otro poco de suerte la portada no tiene faja o faldón) es solamente el resultado de un proceso final. Es el ser inerte que ya ha adquirido toda clase de herramientas para echar a volar por sí solo, ha sido maquillado y decorado por especialistas. Y para llegar a ese "chapa y pintura" se han empleado meses, semanas de trabajo.

¡Espera! ¿Dijiste trabajo? Pues escribir y ya, ¿no?

NO.

Empecemos por el principio. Antoñito no tiene editorial ni se la espera, aunque sí espera encontrarla. Lo que Antoñito tiene claro es la idea, una bandada de golondrinas van y vienen por su cabeza, unas dices que es una idea sin fundamento, y otras que es la jod1da mejor historia que ha pasado jamás por la cabeza de un escritor. Poco a poco se va inquietando con esa idea. Será una obsesión rayana a la incomprensión, pero él se siente a gusto en ella, como cuando montas en las barquitas de un parque temático para ver a los muñecos de corchopán desgastado, y sabes que nada malo te puede pasar. Antoñito es el rey de su obsesión, de sus personajes, de la historia, de esas frases ingeniosas más allá de "hacía un sol de justicia" o "había dormido como un bebé". Hasta tiene allí una casa.  

Así que empieza a escribir esa historia sin pretender que sea una novela, solo necesita descargar su obsesión. Hasta que llega al final. Genial. ¿Y ahora qué?, ¿la envía a Planeta?, ¿la mete en un cohete espacial dirección a Ganímedes?, ¿la guarda en ese pendrive lleno de documentos de la universidad con el nombre NOVELA FINAL? No, espera ¿esto antes no se corregía? Antoñito lucha como un Rambo para caminar con dignidad entre tantas preguntas, durante días y días.

Antoñito investiga. Tiene dos opciones. Primero: corregirla él mismo (a fin de cuentas, ha ido a la universidad) o encargársela a una correctora. Se decanta por esa última opción. Cuando encuentra una, y la correctora ve su manuscrito, le propone hacer un informe de lectura, ya que cree que el texto tiene muchas posibilidades y se puede aprovechar muy bien. Y ahí es cuando Antoñito descubre que hay que esperar. Primero porque la correctora tiene trabajo y debe agendarle, y segundo porque, cuando la correctora haga su labor, luego él deberá aceptar o no esos cambios. Y, además, sería conveniente que dejara reposar esa novela para que la lea él por última vez. Además, hay que tener en cuenta la disponibilidad de Antoñito por modificar el texto y leerlo y releerlo y reescribir y tachar y poner y quitar. 

Todo esto no penséis que es un camino llano. No. Hay que pensar, retorcer argumentos, calibrar si pongo esto en vez de lo otro, si opto por un narrador omnisciente en el último capítulo, si quito el capítulo tres porque no dice nada. Son decisiones constantes. Una detrás de otra, a ritmo de un metrónomo con tempo allegretto. La obsesión debe quedar bien pulida. 

Cuando está todo listo (que parece que no, pero ese momento llega). Antoñito decide probar con las editoriales. Y se prepara ante la ingrata labor de enviar el manuscrito. Se hace una lista de las editoriales afines a su novela, y sigue como la tabla de multiplicar "cómo mandar un manuscrito" (para esto haría falta otro artículo de opinión, os aviso). Se asegura de no tener ni un falta de ortografía en el cuerpo del mensaje. Se asegura, con eficiencia alemana, de que la sinopsis y la biografía que adjunta sean las delicias de cualquier miembro de la RAE. Sí, todo perfecto. Así que lo manda a una media de diez o quince editoriales. 

Silencio. 

Silencio.

Silencio.

Así hasta quince veces.

Harto de esperar a que al menos creen un mensaje automático de que han recibido el mensaje y gracias, y el tiempo estimado de respuesta, algo que nunca va a pasar, Antoñito decide autopublicarlo. Además, la correctora le ha dicho que su idea es buena. Muy buena. 

Entonces, Antoñito se decide por la autopublicación. Ahí no te ignoran. Y lo coge con ilusión. Pero claro, necesita maquetar su novela y encontrar a un portadista. El péndulo del metrónomo sigue oscilando a golpe de decisión, aunque en estos dos casos el profesional suele dar el camino hecho según lo que necesite esa historia por temática, edad... o por lo que le haya contado Antoñito según sus gustos.
 
Una vez que esta fase está concluida y los profesionales de la maquetación y el diseño de portada han finiquitado su labor, el libro está perfecto para meterlo en el horno, ya lo puede subir a Amazon. Y cuando hace el click final, parece que se desinfla. "¿Ya? ¿Después de todo el trabajo? ¿De todas las emociones que he experimentado?", piensa Antoñito. 

Pero el ¿ya? no ha acabado. Viene la promoción, hablar de él siguiendo esa estela de la obsesión. Antoñito tiene que empezar a moverlo, a apuntarse blogs que pueden publicitarlo, lugares donde poder hablar no solo de tu libro, sino de temas afines, hacer promoción, gastarse dinero en publicidad, preguntar dónde pueden entrevistarlo, etc. Además, informarse de en qué feria puede firmar un autopublicado. ¡¡Un autopublicado firmando en una feria del libro!! ¿Eso es posible? ¡Habrase visto!

Por fin, Antoñito consigue un hueco en una caseta en la feria del libro de su localidad, con toda la ilusión que alberga esa obsesión. Después de un año de trabajo constante. Empiezan a pasar curiosos por la caseta. Se para un hombre, coge su novela, su ser inerte maravilloso, su hijo de papel, y dice: "¿y esto vale quince euros?", con una nota de desprecio en sus palabras. 

No todo está perdido. No es el único hombre sobre la faz de la Tierra... Es la opinión de alguien que desconoce por completo este sector, que solo se queda con la puntita minúscula que asoma del iceberg.  

Así que no, un libro no solo es un libro, es la suma de una millarada de decisiones que se han tomado, de horas y horas de trabajo, de una obsesión que empezó de una manera humilde, casi superficial. Un libro es la suma total de una vida que está en movimiento. Y que ningún idiota ingrato venga a destruirlo. 

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