Cómo manejar los sentidos en la narrativa

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Hay veces que estamos escribiendo y vemos que la narración no fluye: demasiadas descripciones, tópicos, frases manidas que no producen ninguna sensación en el lector. ¿Por qué? Porque no investigamos, porque no profundizamos en nuestros sentidos, porque no salimos a la calle en busca de gestos, posturas, frases. No observamos.


Lo mejor cuando estamos atascados es crear imágenes potentes, concretas y tangibles, y para ello hay que prestar atención a los sentidos: vista, tacto, gusto, olfato y oído, ya que son un recurso imprescindible para la narración. En ellos está la clave, pero es preciso entrenarlos. 


Por ejemplo, si estás escribiendo sobre un niño que se cae al barro, juega, pisa los charcos y que eso, obviamente, es importante para la historia, fúndete con esa sensación, piensa cómo se debe sentir un niño haciendo eso por primera vez. ¿Tocará el charco con las manos?, ¿las tendrá calentitas dentro de las manoplas?, ¿cómo verá el charco?, ¿como una piscina?, ¿cómo se fundirá el barro con sus botas?, ¿olerá a asfalto o a tierra mojada? Recuerda, coge la lista de los cinco sentidos y rellena cinco sensaciones del niño en un charco. 


Hay veces que un sonido, un color o un sabor nos dan la idea concreta de lo que queremos expresar. Hay que reparar en las sensaciones que percibimos, eso nos dará información para saber cómo está nuestro protagonista. Hay que percibir como los personajes para saber cómo se comportan, para conocerlos realmente. Hay veces que basta una pequeña frase para captar la atención del lector en un mundo donde casi hemos perdido la capacidad de asombro. Pero esa frase hará que empatices con el lector, no solamente por su grafismo, sino porque la reconoce, la hace suya y le parece original. 


Y todo ello lo hacen los sentidos. Piensa, ¿qué produce en el personaje lo que mira, escucha, oye o toca?, ¿qué sensación tiene una mujer de cuarenta años cuando hace el amor con un señor de sesenta?, ¿cómo es esa piel madura?, ¿qué la diferencia de una piel más joven? La labor de un escritor es esa, salir ahí fuera y buscar aquello sobre lo que estás escribiendo. Si la novela se ambienta en un restaurante, visita algunos desde el punto de vista de un investigador, busca detalles sensitivos, el ruido de las copas al chocar (oído), la textura de la tarta de queso del postre (sabor), cómo se comporta la gente comiendo sola (vista), la primera sensación al entrar en ese restaurante (olor), si el mantel es rugoso (tacto), etc.


Fijaos cómo capta el olor de la lluvia una persona de sesenta años en el libro El examen de una vida, de George Steiner. 


La lluvia, especialmente para un niño, trae consigo aromas y colores inconfundibles. Las lluvias de verano en el Tirol son incesantes. Poseen una insistencia taciturna, flagelante, y llegan en tonos de verde oscuro cada vez más intensos. 


De noche, su tamborileo es como un ir y venir de ratones en el tejado. Hasta la luz del día puede llegar a empaparse de lluvia. Pero es el olor lo que permanece conmigo desde hace sesenta años. A cuero mojado y a juego interrumpido. 


O, por momento, a tuberías humeantes bajo el barro encharcado. Un mundo convertido en col hervida. 



Antes de comenzar una novela, es bueno recrear los lugares, el ambiente, los colores, los olores, para que el lector se empape de ellos. Pero para ello tú, como escritor, eres el principal responsable de que eso ocurra. Revivir la atmósfera no siempre es sencillo. Por ello, te propongo un ejercicio. Escoge un objeto que haya en tu novela, que sea importante, por ejemplo, en la novela Isabelle por la tarde, de Douglas Kennedy, hacen hincapié en el acto de fumar. Parece que fumar es más importante que el comer. Bien, vincula ese objeto, un cigarrillo, a otros elementos sensoriales: visión, sonido, sabor, color, tacto. ¿Cómo es su color?, ¿hay marcas de carmín en el filtro?, ¿el personaje se deleita con el roce del cigarrillo en sus labios?, ¿por qué?, ¿cómo se ve el humo si fuman por la noche?



MIRAR


Ante todo, mirar. Sí, parece algo banal, sencillo, predictivo, pero muchas novelas flojean por eso. Faltan detalles potentes. Yo os aconsejo que vayáis a sitios concurridos, el Metro, por ejemplo, puede ser una gran fuente de inspiración. Mira a la gente, recréate en sus posturas, sus gestos, su manera de sentarse, su ropa (depende del colectivo en el que te centres). Mira desde diversas perspectivas. ¿Cuál es tu meta? Mirar el cómo para plasmarlo en el papel. No me vale decir que un personaje es mayor, dime que tiene manchitas de la edad, signos de calvicie, ya le empieza a asomar vello por las orejas o la nariz, el relieve de sus venas destaca en sus manos, por ejemplo. La contemplación te permite conocer el más mínimo detalle de la postura de una persona, y esto puede ser relevante en esa frase de tu novela.



Observa cómo una señora acaricia con la suela de sus zapatos las líneas del andén de metro, capta el olor de comida quemada en la escalera de vecinos, toca el envoltorio de una chocolatina y recréate en esa sensación. La inspiración puede estar en cualquier parte, en lugar más pequeño del mundo. ¡Adelante! ¡Entrena tus sentidos!



*Fuente: Silvia Adela Kohan (2013), La escritura terapéutica, Barcelona: Alba.  

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