Luz Nogués: «He querido dar voz a un colectivo discriminado de una forma muy cruel: los agotes»

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Luz Nogués nació en Madrid y vive en Nuevo Baztán, el lugar que inspiró esta novela. Escritora y editora especializada en revisión de textos, ha desarrollado su carrera durante más de treinta años en la Administración General del Estado, combinando su labor profesional con una profunda pasión por la historia y la narración. Se ha formado en narrativa en la UNED y en diversos talleres de escritura creativa, cultivando una mirada literaria que combina rigor histórico y sensibilidad narrativa. Además de su trabajo literario, colabora como redactora y editora en CinemaGavia, donde publica reseñas de cine y teatro, y ha escrito sobre Goyeneche en la revista Pregón Navarra, aportando una mirada histórica sobre su legado. Con Los agotes del Baztán, Luz Nogués rescata una historia olvidada y da voz a quienes nunca la tuvieron, entrelazando memoria, dignidad y ficción.




P.- ¿De qué trata Los agotes del Baztán?


La novela narra la creación y fundación de Nuevo Baztán, una ciudad industrial pionera en el árido altiplano castellano, concebida para transformar la realidad de su tiempo y apoyar la causa de Felipe V. Pero lo que su protagonista no imaginaba en su epopeya era que se cruzaría con una aventura aún más osada: cambiar el destino de una comunidad perseguida, los agotes.



P.- ¿Quiénes eran los agotes?


Los agotes fueron un pueblo marcado durante siglos por un odio heredado y por el estigma de la lepra. Vivieron bajo una exclusión brutal: se les obligaba a entrar en las iglesias por puertas secundarias minúsculas y vergonzantes, a usar pilas benditas separadas y a llevar cosida en la ropa una pata de oca roja que los señalaba como comunidad maldita. No podían tocar las frutas ni caminar descalzos. En ocasiones se les forzaba a hacer sonar una carraca para que se les oyese venir desde lejos. El prejuicio llegó a extremos delirantes: se decía que carecían de lóbulos en las orejas o incluso que tenían rabo. Su historia está envuelta en misterio, contradicciones y largos silencios.



P.- ¿Cuál fue su origen?


El origen de los agotes sigue siendo incierto. Hay teorías que los vinculan con los godos, con los cátaros, con los leprosos o incluso con los constructores del Camino de Santiago, lo que habría generado rivalidades gremiales con los canteros. Como recuerda el escultor Xabier Santxotena, descendiente directo de agotes, fueron “una raza maldita de artesanos, envueltos en misterio y mentiras”. Lo que sí sabemos con certeza es que fueron excelentes carpinteros, ebanistas, músicos y albañiles.



P.- ¿Qué características tenían?


Los agotes no eran un grupo étnico distinto, sino una comunidad marginada durante siglos en Navarra, País Vasco y el suroeste de Francia. Sus características más relevantes fueron sociales y culturales, no físicas, aunque sí es cierto, quizás por la endogamia a la que se vieron forzados, ya que no podían casarse con no agotes, que ciertas semejanzas físicas se repiten, como los ojos claros o el pelo rubio. Su verdadera característica fue la marginación heredada, que los convirtió en símbolo de cómo el prejuicio puede condenar a una comunidad entera.



P. ¿Por qué has ambientado la novela en el Baztán, siglo XVIII? 


He ambientado la novela en el siglo XVIII porque es el momento en que Juan de Goyeneche, nacido en Arizkun, en el valle del Baztán, se convierte en una figura clave de la corte de Felipe V y decide fundar en Madrid la ciudad industrial de Nuevo Baztán. Ese vínculo entre Navarra y Madrid es esencial: de Arizkun procedía el protagonista y de Bozate, también en el Baztán, muchos de los agotes, una comunidad marcada por la exclusión.


»La historia se mueve principalmente entre estas dos zonas, pero también recorre otros lugares navarros como Pamplona, Isaba, Belzunce o Tudela; guipuzcoanos como Pasaia; castellanos como Illana y Jadraque; y, por supuesto, Madrid, donde Goyeneche residía y dirigía la Gaceta de Madrid, lo que hoy conocemos como el BOE. El siglo XVIII es, por tanto, el escenario donde se cruzan la modernidad industrial, la política de la corte y la memoria de un pueblo perseguido.



P.- ¿Por qué has querido hablar de los agotes? 


Quise hablar de los agotes porque, al investigar la fundación de Nuevo Baztán por Juan de Goyeneche, descubrí un rumor insistente: que quienes levantaron aquella ciudad industrial en pleno altiplano castellano fueron los agotes que él trajo desde su valle natal del Baztán. Al profundizar en ese colectivo, marcado por la discriminación más cruel y después condenado al olvido, comprendí que debía darles voz. No como figuras marginales, sino como personas de carne y hueso, con su dolor, sus miedos y su capacidad de resistencia.



P.- ¿Cómo fue todo el proceso de documentación?, ¿a qué lugares fuiste para documentarte?


El proceso de documentación fue largo y apasionante. Recorrí los pueblos del Baztán —Bozate, Arizkun, Erratzu, Elizondo— y también Isaba, en el valle del Roncal. Me sumergí durante años en archivos y legajos, buscando rastros fragmentados y testimonios que apenas sobrevivían. Y lo más valioso: pude conversar con algunos descendientes, que mantienen viva la memoria y la dignidad de sus antepasados y aun dicen con orgullo “yo soy agote”.

 


P.- Los agotes fueron una minoría maldita durante más de diez siglos, ¿por qué crees que apenas se conocen en la actualidad? 


Creo que la sociedad que los discriminaba no tenía interés en dejar constancia de su existencia, y así se fueron perdiendo las huellas documentales. Además, el término ‘agote’ quedó asociado a la vergüenza y al estigma, de modo que muchas familias ocultaron su origen para poder integrarse. Eso explica que la palabra resulte desconocida para la mayoría: se convirtió en un tabú, algo que no se nombraba.


»Lo que sí ha sobrevivido son los testimonios orales, las leyendas y, sobre todo, la memoria de sus descendientes en lugares como Bozate, en el Baztán. Gracias a ellos sabemos que fueron excelentes artesanos —carpinteros, ebanistas, músicos, albañiles— y que, pese a la persecución, dejaron una huella cultural y humana muy valiosa. Por eso hoy hablar de los agotes es un acto de reparación: rescatar del silencio a una comunidad que fue maldita por el prejuicio, pero que merece ser recordada por su dignidad y su talento.

 


P.- ¿Hay algún agote en la novela que haya sido real?, ¿hay agotes en la actualidad?, ¿has hablando personalmente con alguno durante el proceso de escritura?


Los agotes que aparecen en la novela son personajes ficticios, porque la memoria escrita sobre este colectivo es mínima y fragmentada, aunque en el propio libro de difuntos de Nuevo Baztán aparecen apellidos baztaneses, lo que confirma la presencia de familias procedentes del valle y refuerza la idea de que fueron ellos quienes levantaron aquella ciudad industrial pionera. Sin embargo, en la actualidad claro que existen agotes: no se han extinguido, viven entre nosotros y reivindican con dignidad su origen. Durante el proceso de documentación, tuve la oportunidad de hablar con algunos de ellos, y una de mis fuentes principales ha sido el libro El orgullo de ser agote, de Xabier Santxotena, escultor nacido en Bozate y descendiente directo de agotes, que reconoce con orgullo su identidad. Conversar con él en varias ocasiones ha sido un verdadero honor y una forma de conectar la investigación histórica con la memoria viva.



P.- ¿Quién fue Juan de Goyeneche y Gastón y qué relevancia tuvo en esta historia?, ¿y Churriguera?


Juan de Goyeneche y Gastón fue un navarro nacido en Arizkun, en el valle del Baztán, que llegó a convertirse en una figura clave de la corte de Felipe V. Fue tesorero de tres reinas, director de la Gaceta de Madrid —lo que hoy conocemos como el BOE— y, sobre todo, el fundador de Nuevo Baztán, una ciudad industrial pionera levantada en el altiplano castellano. En cuanto a José Benito de Churriguera, fue el arquitecto que dio forma a ese proyecto. Tan amado por algunos como denostado por otros, diseñó trazó el conjunto palaciego, las fábricas y el entramado de la ciudad de Nuevo Baztán, dotando al conjunto de una monumentalidad que aún hoy sorprende. La colaboración entre Goyeneche y Churriguera es fundamental: uno aporta la visión política y económica, el otro la materializa en piedra y arte. 


»En la novela, ambos encarnan dos fuerzas complementarias: Goyeneche como el hombre de poder y estrategia, y Churriguera como el creador, un tanto divo, que convierte esa utopía en un espacio real. Y en medio de ellos, los agotes, los artesanos marginados, que con su trabajo hicieron posible que esta ciudad existiera.


 

P.- Actualmente resides en Nuevo Baztán. ¿Qué ha quedado de todo eso que narras que hoy podemos ver en esta localidad madrileña?


En Nuevo Baztán se conserva intacto el conjunto palaciego, residencial y fabril que Juan de Goyeneche levantó en el siglo XVIII. Tal y como se creó, sigue en pie, aunque las fábricas ya no funcionan y la de cristales se perdió. Es un caso único: un enclave donde la belleza barroca brilla todavía con todo su esplendor y permite imaginar cómo fue aquella utopía industrial. Pasear por sus calles es viajar en el tiempo, sentir el pulso de una ciudad concebida para transformar su época. Por eso invito a todos a visitarlo: basta entrar en el pueblo, concebido con teatralidad barroca para trasladarse de inmediato al siglo XVIII.



P.- Has publicado con Editorial Almuzara. ¿No pensaste antes en la autopublicación?, ¿conseguiste una agencia literaria? Cuéntanos cómo fue ese proceso de ¿y ahora qué hago con mi libro?


Jamás pensé en la autopublicación. No tengo agente literario, ni lo he buscado, en realidad. Yo confiaba en mi manuscrito y cuando lo terminé, lo envié a unas pocas editoriales. Editorial Almuzara me contestó casi a vuelta de correo y les estoy muy agradecida de que desde el primer momento confiasen en mí y en mi historia.



P.- ¿Qué te aporta el género histórico a la hora de escribir?, ¿a qué época histórica te gustaría viajar para luego regresar y escribir sobre ella?


El género histórico es todo un reto. Es viajar en el tiempo, es hacerse mil preguntas y conlleva un gran trabajo de investigación y documentación, para poder transportar al lector a esa época lejana. Yo me siento muy cómoda en este género, la verdad. En mi próximo viaje histórico, quizás me remonte aún más en el tiempo y marche mucho más atrás, cuando esta tierra nuestra era ansiada e invadida por otros pueblos…



P.- ¿Qué necesita tener una novela de este género para que te enganche? 


Lo que me engancha en una novela de este género son las emociones y los conflictos humanos profundos: el dolor, la ambición, el amor, la redención. Las emociones son el motor del mundo, da igual que estemos en el siglo XXI o en el XVIII. Me atraen especialmente las pequeñas historias de personas aparentemente insignificantes que, con sus gestos cotidianos, quizá cambiaron el rumbo de su tiempo. A través de sus vicisitudes, una buena novela nos regala el marco histórico y nos muestra cómo lo íntimo y lo colectivo se entrelazan. Esa tensión entre lo personal y lo histórico es lo que hace que el lector no pueda soltar el libro.



P.- Necesitamos dos recomendaciones de novela para estas semanas de regalos navideños:


Una novela histórica ambientada en Madrid o España. Pues aparte de la mía, ambientada a pocos kilómetros de Madrid, quisiera recomendar La voz del viento, de José Gil Romero y Goretti Irisarri (Grijalbo, 2025). Ambientada en Madrid en 1886, narra cómo un tornado devastó la ciudad y sus alrededores, un hecho real y casi olvidado, como mi historia.


 Una novela que se aleje de lo histórico y que te hayas leído en este 2025. Y alejándome del género histórico, y como yo leo mucho thriller, recomendaría La Jaula de sal, de Ibon Martín, una novela negra ambientada en Pasaia, Guipúzcoa.



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