Lo que aprendí de «El impresor de Venecia»

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Editorial: Tusquets editores
Colección: Andanzas
Año de edición: 2016
País: España
Páginas: 344.
Hay joyas que de pronto te sorprenden en la librería. Joyas que jamás pensaste leer a corto plazo y que no lucen en su apariencia. Pero cuando te acercas a esas joyas, una enseguida percibe la fuerza que desprenden. Estoy hablando de El impresor de Venecia, una obra de Javier Azpeitia de cubierta negra e interior brillante.

Ya el título nos hace pensar que va de libros por aquello de impresor. Así que constituye un gran reclamo para los que amamos la literatura. Y, por supuesto, ¿quién no ha deseado ir alguna vez a Venecia? El título lo tiene todo. ¿Quién se podía resistir? Así que, pensé, "por malo que sea, algo aprenderé". Y aprendí. Desde luego que lo hice.

Es una novela recomendada a impresores, editores, escritores, tipógrafos y cajista (si es que todavía existe alguno), libreros y todo aquel que adore este sector como si no hubiera otro en el mundo (amén de las fábricas de algodón de azúcar, por supuesto). Se responden todo tipo de temas afines. ¿Cómo se empezaba en una taller de impresión en el siglo XVI?, ¿en qué idiomas se editaban?, ¿solo textos romances y latinos?, ¿qué tipo de obras?, ¿literatura u obras científicas?, ¿cuáles fueron los albores de la letra itálica y su posterior desarrollo?, ¿para qué se empleaba?

Azpeitia nos informa de ciertos artilugios literarios del siglo XVI, en concreto uno que se hacía llamar "máquina de consultar libros", pero que en verdad era una rueda de libros construida por Agostino Ramelli. Un auténtico visionario del e-book.
Si pisas estos pedales, la noria va hacia arriba o hacia abajo, así que puedes cambiar de lectura con hasta diez libros abiertos al tiempo, sin cargar con ninguno ni tener que cerrarlos. Los atriles pasaban con sus libros en sucesión vertical. Es un invento estupendo. Aquí encuentro una referencia a la Biblia, le doy al pedal y va bajando la Biblia... ¿Te das cuenta?Aquí llega. Y entonces solo tengo que encontrar el capítulo correcto y luego el versículo. 

Al girar, la rueda chirriaba cada vez con más fuerza. 

Voy a comercializarlo, para hacer llegar la cultura a todo el mundo. Hay que contar al menos con diez libros en casa para que esto tenga brillo, y mejor veinte o treinta, para ir cambiando.    

Agostino Ramelli, Rueda de libros. Grabado para la obra  
Le diverse et artificiose machine del capitano Agostino 
Ramelli dal Pomte della Tresia. París, 1588.
 Algunas fuentes confirman que la rueda nunca se llegó a construir, aunque su diseño fue copiado con posterioridad en el siglo XVII por Heinrich Zeising y por el inventor francés Nicolas Grollier de Servière. En 1986 y 2012 también se hicieron reconstrucciones, la última trataba sobre las diferentes obras de Vladimir Nabokov.

*  *  *

Confieso que no es un libro fácil de leer. Quizá haya demasiadas referencias a obras latinas, alusiones a humanistas de la época, como Nicolas Jenson y su famosa tipografía veneciana o tramas referidas a la impresión con un lenguaje técnico demasiado especifício. Por no mencionar la polifónica narración que nos cuenta la historia de Aldo Manuzio, el impresor (y personaje real) que llega a Venecia con el fin de imprimir libros y ser editor de literatura griega con autores tan conocidos como Aristóteles, Sófocles o Herodoto, u obras tan singulares como El sueño de Polífilo. Sin embargo, habrá lectores que sabrán apreciar todo ese marco cultural. En cada página hay un aprendizaje distinto que te hace suponer que no es una obra cualquiera. 

Y es que Azpeitia no solo nos ilustra sobre el pasado, sino también sobre aspectos que todavía se emplean en el presente. Es el ejemplo de la conocida letra cursiva. En El impresor de Venecia descubriremos que Manuzio fue el creador de la imprenta aldina con este tipo de letra inclinada que popularizó (creada con anterioridad por Francisco de Bolonia). De esta manera, se agilizaba la escritura y se empleaba menos tiempo en terminar los libros.

El impresor de Venecia es una novela que no tiene desperdicio. No destaca por su historia, sino por el contenido, que araña lo incunable. Aprendes, saboreas, investigas y descubres algo nuevo en cada página, con una pátina renacentista en su estilo y un contenido difícil de superar. 

Imagen: elcultural.com

Javier Azpeitia (Madrid, 1962) es autor de las novelas Mesalina (1989), Quevedo (1990), Hipnos (1996; premio Hammett de Novela Negra y llevada al cine por el director David Carreras), Ariadna en Naxos (2002) y Nadie me mata (Tusquets Editores, 2007). Como editor literario ha publicado, entre otras, las antologías Poesía barroca (1996), Libro de amor (2007) y Libro de libros (2008). Ha sido director literario de las editoriales Lengua de Trapo y 451 Editores, y profesor del máster en Escritura Creativa de Hotel Kafka y de los másteres en Edición de la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Salamanca. En 2015 fue comisario de la exposición 500 años sin Aldo Manuzio, realizada por la Biblioteca Nacional de España, y participó en la muestra La fortuna de los libros, del Museo Lázaro Galdiano, donde uno de los incunables de Manuzio tuvo gran protagonismo (texto de: planetadellibro.com).

Escrito por María Bravo Sancha

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4 comentarios

  1. Interesante artículo.
    Un profesor de la universidad cuyo dominio era la etapa de los Siglos de Oro dijo una vez que Quevedo usaba un artilugio de esos que se describen, pero no puedo dar ninguna referencia ni tampoco tengo ninguna imagen. Algo habría en la época, desde luego, para facilitar el manejo de varios libros simultáneamente.

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    1. Claro que sí, sobre todo porque me imagino que sería demasiado engorroso por su peso. Sería interesante analizar qué escritores hablan de este artilugio. Puede que en algún momento que estemos leyendo a Quevedo, nos sorprenda con una descripción.

      Un saludo, Guillermo.

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  2. Rafael Juárez Murillo5 de julio de 2023, 8:14

    Interesante.
    El ser humano es creativo.

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    1. Y tanto. Solo hay que leer lo que se refleja en las novelas.
      Un saludo.

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